jueves, 17 de julio de 2014

Cronos o de los mundiales

Se acaba el mundial y estoy seguro de no ser el único que entra en un periodo de profunda crisis. La pelota se detiene y mis días articulados en torno a salir corriendo de la oficina para poder ver el partido de la comida y llegar al resumen de la noche, comienzan a perder sentido. Porque  testifico que el futbol genera toda una paleta de matices emocionales que van desde la euforia, la alegría, las risas hasta el desencanto, la desilusión y las ocasionales lágrimas derramadas. Pero más allá de todas estas aproximaciones axiológicas lo que siempre destaco de los ciclos mundialistas es la oportunidad que me brindan para la reflexión. Los mundiales son para mí un paréntesis que me permiten  pensar en torno al efímero paso del tiempo: de dónde vengo, en dónde estoy y que lugar me encontraré en el siguiente cuatrienio.

Siempre he desconfiado de los mecanismos que nos imponen para cuantificarnos: el reloj en la muñeca nos dice que si permanecemos cinco minutos más en la cama será lo suficientemente tarde para no poder, después, acompañar nuestro tamal con un bolillo. Las hojas que caen del calendario, inquisitívamente  nos recuerdan lo mucho que planeamos y lo poco que hacemos;  pero los mundiales, en cambio, permiten recordar en función de dónde vimos a México empatarle a Holanda de último minuto, cómo nos frustramos por el épico gol de Maxi Rodríguez o con quién festejamos la anotación de Chicharito contra Francia.

Mi primer recuerdo nítido es Francia 98. Era tan sólo un niño que no comprendía bien lo que pasaba pero que me alegraba mucho con la entrega del Matador, los espectaculares vuelos de Jorge Campos y la picardía fantástica del Cabrito Arellano. Cuando perdimos contra Alemania había dejado de ver el partido por salir a cascarear con mis amigos. No me importó mucho la derrota, yo sólo quería meterle un gol a la Cuauhtémoc Blanco al gordito que con dificultades se alcanzaba a ver sus pies. 

El mundial asiático de 2002 es una densa bruma producida por los desvelos de ver los partidos a los 2 de la mañana (¿será acaso que ahí iniciaron mis malditos insomnios?). Me quedo con el gol de Borgetti contra Italia que desafió la geometría, mientras mi papá y yo salíamos corriendo de la casa para que llegara a tiempo a presentar mis exámenes finales de sexto de primaria. 

Al del 2006 le concedo mucho más valor. Iba en la prepa y disfrutaba -y adolecía- más del juego. Recuerdo ver los partidos con mis amigos, mientras comprábamos de contrabando cervezas y cigarros por nuestra falta de IFE. Recuerdo que uno de mis romances adolescentes me terminó, sólo porque preferí ir a un billar a ver la semifinal. Recuerdo también que el futuro me empezaba a importar, y me preguntaba si en el próximo ciclo mundialista seguiría en el mismo lugar y haciendo las mismas cosas. 

Y así llegó Sudáfrica 2010. El mundial fue un fiel reflejo de mi nueva realidad, algunos partidos los veía en la ciudad donde actualmente vivo y otros más regresaba a mi amada tierra para rememorar glorias pasadas. Para aquellos días un progreso notable se producía: no sabía que iba hacer después, pero por lo menos tenía claro lo que no quería. Renegué (y lo sigo haciendo) porque aquel fue el ciclo en el que más tiempo y disposición tenía para ver los partidos, pero para mí mala suerte todos los encuentros eran soporíferos. Al ver a España coronarse, al pensar que para 2014 rozaría ya el cuarto de siglo, al saber que de alguna manera imperceptible todo cambiaba, me asusté e ilusioné por igual. 

Termina Brasil. La constante sigue siendo contar siempre con agradable compañía para platicar sobre mis malogrados argumentos pamboleros. Sigue habiendo temores e ilusiones. Continúan las dudas. El camino me ha dejado alguna que otra lesión -nada que un poco de lonol no pueda arreglar-, ha habido frustraciones pero también muchas alegrías, descubrimientos y risas sinceras. A manera simbólica, en este mundial el futbol defensivo perdió para que el triunfador fuera un juego más elaborado, de pases rápidos y verticalidad plena, menos medroso y calculador. Más disfrutable. 

Tal vez, a final de cuentas, el futbol y la vida no sean tan distintos: no suceden, o suceden mal o suceden a medias pero insinúan que en todo momento pueden mejorar. 

Faltan  1460 días para el mundial.

Sergio Ortega.

No hay comentarios:

Publicar un comentario