sábado, 26 de julio de 2014

No soy un villamelón

Nací con una rara enfermedad cardiaca llamada “corazón de condominio”; crónica, incurable. Ya lo dijo un poeta gusaveño cuya vida tuvo un trágico final (23 balazos, dicen): Soy así, así nací y así me moriré. Donde la sociedad y la medicina juzgan que sólo se debe amar una cosa del mismo tipo, mi padecimiento me permite amar varias a la vez, aunque nunca de la misma forma ni por las mismas razones.

Pero ojo, que aunque no gozo de aquello que algunos locos llaman una “reputación que guardar”, tampoco quiero que se me tilde de un ser frío e insensible en el aspecto sentimental, menos un mal amante (nunca mejor utilizada esta palabra) Mi enfermedad sólo aplica a las cosas, no a las personas, aunque probablemente no más de una quiera dar fe de ello.

Por tal motivo, me he visto enfrascado en diversas situaciones durante mi vida que me ha significado complicaciones grosas. Por ejemplo, soy incapaz de elegir una canción favorita. ¿Por qué limitarme a una cuando mi corazón vibra y mi alma se enciende con la misma intensidad con aquella canción que me recuerda al primer amor (http://youtu.be/Nm4YlZ3oYsQ), con esa otra que no paro de bailar (http://youtu.be/HPJ51eANEYc) y con aquella otra que significa un himno para todos los que escribimos en este Blog (http://youtu.be/Pl7_bOX5Yu8)?... ¡todas ellas me encantan! Cada una ha dejado una huella en mi corazón. Pero hay quien me ha llamado incongruente.

No obstante, el mayor reto que he atravesado a raíz de mi enfermedad comenzó hace una semana con el inicio de la Liga Mx. Y es que amigos, familiares, conocidos y sobre todo aquellos que hasta lo que no se comen les hace daño, han tenido a mal referirse hacia mí con el adjetivo “villamelón”. Porque, si me lo preguntan, debo reconocer que apoyo a 4 equipos de la Liga mexicana. No sé si eso está mal, sólo sé que para mí es completamente normal.

No se trata de la inocencia del infante de apoyar al “equipo que gane”. Le voy a las Chivas porque desde muy pequeño me fueron tatuados sus colores (metafóricamente hablando); la tradición familiar se había apoderado de mí. Mis ojos desérticos sólo me han permitido llorar unas cuantas veces en la vida, pero algunas de ellas han sido después de gozar o sufrir triunfos y derrotas de mis Chivas. Aficionado al sufrimiento y aún al borde del descenso, sigo religiosamente el ritual que me pone cada fin de semana al frente del televisor para ver cómo una vez más me decepcionan. 

Después, cuando a los quince años entré a la Prepa 9 (UNAM), y noté que mis compañeros dejaban a sus equipos por una mutación que pintó su corazón azul y su piel dorada, los juzgué y los señalé (aún no me habían detectado el corazón de condominio), pues me parecía una situación inadmisible. Sin embargo, todo cambió en el sexto semestre  de la carrera de Ciencias Políticas, con la final del torneo clausura 2011 entre Pumas y Monarcas. No fue el hecho de que ganaran el campeonato, sino que uno de los fines de semana más legendarios de mi vida comenzó con el partido de ida tomando una bebida espirituosa llamada “preparadito”, seguido de un concierto en las Islas de C.U. (¿Bob Dylan?, ¿Fernando Delgadillo?... ya no lo recuerdo bien), pasando por una fiesta hipster que armonizamos (a pesar de la resistencia de la festejada) con música de Los Del Río (http://youtu.be/anzzNp8HlVQ), y terminando con el partido de vuelta, abrazados y entonando cánticos con La Rebel en el estacionamiento del Olímpico Universitario. No pudo haber sido mejor.

El León, por otro lado, es un equipo de culto  que vivió muchos años relegado en el infierno de la segunda división, donde empecé a ver sus partidos por cable. Un juego bonito y ofensivo en todo momento que me enganchó a pesar de quedarse siempre en el “ya merito” cuando de ascender se trataba. Mi afición se incrementó cuando recordé que mi abuela es de Guanajuato y encontré en ello una conexión genealógica en la cual fundamentar ese cariño por el club (por cierto, también descubrí que soy bueno haciendo falsos silogismos, pero esa es otra historia). Después vino el ascenso y el bicampeonato. Las alegrías son tan efímeras que hay que aprovecharlas cuando se tienen entre las manos.

Mi idilio con los equipos de la Liga Mx termina con el ascenso de los Leones Negros a la primera división. No soy de Guadalajara y tampoco estudié en la UdG, pero cómo no apoyar al equipo con la playera más bonita que ha visto este deporte. Ahí radica mi afición por el equipo, no necesito más motivos.

Y sin embargo, a pesar de expresar mis razones por las que soy aficionado a esos equipos, a diario soy víctima del señalamiento público a causa de una moral anticuada, porque hoy en día todavía es mal visto "tener más de un equipo". A veces, tengo la impresión de que soy de los pocos románticos que creen que el futbol, como el amor, también acepta corazones de  condominio.

Christian López.

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