viernes, 18 de julio de 2014

El hombre que casi conoció a Nacho Vegas.

Apelando a la investigación exhaustiva que realizó en su entrada de esta semana mi querido Gibby, me embarqué en la empresa de conocer el significado de la palabra "fan". Según Wikipedia, un fan es esa persona que siente gusto y entusiasmo por algo o alguien. Por lo tanto, concluí que yo soy un fan declarado de muchas cosas. Por ejemplo, amo el futbol con cada centímetro cuadrado de mi epidermis y disfruto inmensamente compartir con mis amigos una cerveza a las 3 de la mañana (porque a esa hora todo sabe mejor). 

Pero no hay nada en esta vida de lo que sea más fan que de la música. Sin embargo, dentro de toda la cosmogonía del Rock Folk (Dylan, Cohen, Drake, Cave, Cash, Vandt Zandt) tengo a mi favorito. Es un español paliducho y sarcástico, que viene de una ciudad triste (Gijón), igual que yo (Ecatepec). Su nombre es Nacho Vegas.

Y es que hay fanatismos que son como un fenómeno meteorológico, inconsistentes. Un día son una tormenta tropical, al siguiente un huracán categoría 4; para el tercero son sólo viento. Pero mi fanatismo por Nacho Vegas es distinto (todos creemos que “lo nuestro” siempre es distinto), siento mías cada una de sus canciones, las asimilé y me mimeticé con ellas. No obstante, ¿qué  harían ustedes si tuvieran la oportunidad de conocer a su músico favorito? Yo elegí autosabotearme.

Ya en dos ocasiones tuve la oportunidad de conocerlo. La primera fue hace 4 años en el festival Vive Latino, cuando dio una firma de autógrafos de la cual, estúpidamente, no estaba enterado, pues un par de días antes decidí alejarme de toda red social que pudiera develarme algo del pequeño setlist que tocaría. Prefería la incertidumbre. Lo único que se interponía entre ese ángel melancólico que viste de Prada y yo era un grotesco encargado de seguridad, casi caricaturesco, que me impidió pasar bajo el argumento de que no tenía la pulsera de acceso y pensé "¿quién mierda necesita una pulsera de acceso para conocer al hombre que más admira?". Ese alguien era yo, así que lo odié, como pocas veces lo había hecho en mi vida. Sufrí la injusticia en carne propia, sólo aliviada por ese breve minuto en que Nacho se acercó a agradecer a todas esas personas que estábamos ahí, intentando sin éxito dar portazo a pesar de sanjuanear la valla metálica, pues una palabra suya bastó para sanarnos.

La segunda fue hace poco más de un mes, cuando Nacho vino nuevamente a México para promocionar su último disco, Resituación (mientras en España el panorama político se resituaba con la abdicación del Rey). Esta vez, decidido a conocerlo, seguí su cuenta de Twitter y las de sus molestos clubes de fans (aún no llego a comprender que las personas se aglomeren con el único propósito de fastidiar a su ídolo). Ofreció una firma de autógrafos en el Centro Cultural de España en México y para rematar, recibí una invitación de mi amigo Oscar para ir con él a cubrir la conferencia de prensa. Era como si el destino conspirara a mi favor, no podía ser más perfecto, hasta que la peor de las tragedias posmodernas se atravesó en mi camino: ambos eventos se realizarían en horario de oficina. ¡Pinche vida de Godínez! Fastidiado por mi mala suerte decidí mandar todo al carajo. ¿Pude pedir permiso para ausentarme unas horas del trabajo? Sí. ¿Me darían autorización? Tal vez. ¿Lo hice? No. Horas antes del concierto, a través de Facebook, veía con envidia las fotos y los videos de los afortunados que estaban ahí, estrechando su mano, tomándose selfies, entrevistándolo. 

Resignado a sólo ver el espectáculo desde la platea, llegué al Teatro Metropólitan cuando de pronto, del bolsillo de Oscar, quien ya me esperaba ahí, salió el mejor regalo que me han dado en la vida (después de la vida misma, supongo). Durante la conferencia de prensa le pidió un autógrafo a Nacho para mí: supo de mi existencia, se tomó un minuto para imprimir su firma y mi nombre con tinta en un trozo de papel… ¡Y además escribió bien mi nombre! Eso es todo lo que necesito. Sufro de ansiedad sólo de pensar que no es como lo imagino y me pongo a divagar: “¿y si es un mamón?”, “¿y si lo conozco y le caigo mal?”, “¿y si le caga que la gente se le acerque pues lo único que le interesa es escribir canciones?”. Para mantener intacto el encanto, hoy más que nunca, prefiero ser el hombre que casi conoció a Nacho Vegas.

Al final, esta nota pudo haberse llamado "te quiero... pero de lejitos", igual que en el amor. Todo aquel que sea fan de algo o alguien de esta manera, me entenderá.

Christian López.

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