lunes, 21 de julio de 2014

¿Qué es un bastardo competitivo?



10,000 años antes de Cristo la competencia por las mejores pieles, carnes, productos (y hablo en todos los sentidos) era encarnizada. Conforme el sedentarismo se convirtió en una constante alrededor del globo terráqueo, allá por el 9500 A. C., los hombres comenzaron construir pequeñas estructuras para habitar, para compartir, para formar el corazón de la tribu: la familia. 


La agricultura significó una generosa herramienta para abrirle la puerta a la Civilización. Nuestra historia se define pues, por una serie de circunstancias que tienen que ver con la idea de la autoproducción del consumo y la competitividad por generar abundancia. 


Hay que tener en cuenta el factor evolución, como bien lo dijo ese interesante autor, un tal Desmond Morris, los seres humanos evolucionaron estructuralmente su pensamiento, su orden como conjunto social y en factores que no tienen que ver con la transformación o modificación genética que definen instintos básicos o adaptación a ambientes drásticamente distintos, modificaciones que sólo se pueden dar en millones de años. 


Quizá algún día tengamos seis dedos pero al menos ahora, la caguama la sostenemos con cinco. Instintos básicos pues, padecemos todos a pesar de la evolución de nuestro orden social: “hacerla de a tos” en el bar porque cierto individuo le guiñó el ojo a tu chava, instinto básico por la reproducción, “hacerla de a tos” a algún sujeto pero pedir que tus compinches te sostengan porque si no lo noqueas, instinto básico de la supervivencia, o bien, la mirada retadora de un desconocido en la playa para ver quien nada más rápido, instinto básico de la vanidad, a la que defino como el síndrome del bastardo competitivo


Y se es bastardo competitivo porque la palabra “bastardo” tiene una connotación distinta en la era del Twitter. Ser un bastardo es el equivalente a ser un “mala leche” en el 2000, “hojaldra” en los 90’s o un nefasto en los 80’s. Y es competitivo por el hambre de ser el número uno sin importar el rubro, no así los competidores que sucumben al mismo anhelo pero sin el instinto de la voracidad. 


El bastardo competitivo es el que no sabe perder en el futbol, cualquier rosón para él cuando va perdiendo es una falta que amerita penal, cualquier rosón propinado por él cuando va ganando es un “A jugar muñecas a su casa”; o bien, simplemente puede ser un sujeto aficionado al ejercicio por tener un alto nivel de testosterona, debido al nivel de altura de la ciudad, y que decide hacer algunas lagartijas después de una buena masturbada. 


El bastardo competitivo ha sido pieza de lectura e indagación tanto científica como poética. Muchos analizaron a Alejandro Magno y su genio para la guerra, ¿quién no ha visto alguna pintura de Luis XIV o leído El Príncipe? ¿Quién no ha leído la jocosa prosa que detalla bien al mexicano en su ambiente natural: El Libro Vaquero? Nuestra cultura e historia está definida y muchas veces escrita por algún bastardo competitivo.


No sé ustedes, pero de tener razón Desmond Morris, sin importar el adelanto tecnológico o la constante explosión de nuevas ideas para edificar una cultura cada vez más compleja, hay cosas que no podremos modificar o transformar, son factores milenarios que ni siquiera nuestra hipócrita mente puede acallar. 


Así que, no odiemos a los mordelones en un partido de futbol, al Cuauhtemoc Blanco y sus fintas desafiantes, a Slim por vender acciones para entrar de lleno a la Tv restringida, a los alemanes y sus algo torpes festejos, a AMLO por intentarlo una tercera vez, a los poblanos que buscan ladinamente hacerse una posición en los altos círculos de la sociedad mexicana, o al surfista que después de una buena “torcida de pescuezo” se pone a hacer lagartijas con un clima de 40° y 80% de humedad. No, no lo hagamos, tampoco los toleremos, pero comprendamos que son vestigios ancestrales que ni los hombres más sabios en nuestra historia han logrado erradicar de nuestra naturaleza. 


De bastardos competitivos todos tenemos un poco, y el que esté libre de pecado que me lo diga, y lo persuado con unos moquetazos. 


Nos leemos queridos. 


… Y por cierto que, entre que son peras o son manzanas, Israel no es un Estado de bastardos competitivos, el bastardo competitivo aprieta pero nunca ahorca.  



El Oso Heroles.

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