Dentro de mis múltiples
lecturas Godínez (Proceso, La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, El
Deforma, Tv Notas, entre otros) hace un par de meses aproximadamente checaba en
la Revista Nexos (de corte izquierdoso para algunos, pero entretenida para
muchos otros) un artículo que titulaban “Numeralia del fútbol mexicano”, en el cual daban datos
interesantes como que de acuerdo a la FIFA, en México existen 8’479,595 personas que practican futbol,
el jugador extranjero mejor pagado en el país es el Chupete Suazo (3mdd al año,
según Forbes) y el mexicano mejor pagado es El “Hermoso” Peralta (2.5 mdd al
año). Cabe aclarar que el que sean los mejor pagados no quiere decir que sean
los mejores del fútbol mexicano, pero ese es otro tema.
Otras cifras que llamaron aún más mi atención, fueron las de una parte
fundamental en cualquier partido de fútbol (amateur o de alguna liga reconocida
por la FIFA): LOS ARBITROS, esos seres siniestros que para hacer gala de su
maldad, normalmente visten de negro. Han querido atenuar su imagen vistiendo de
otros colores, pero sólo ayudan al aficionado para su pronta identificación y
así se le pueda mentar la madre a todo pulmón a un mismo punto a la vez.
Volvamos a las cifras, según la FIFA existen 85,579 árbitros en el país, los
árbitros centrales obtienen un sueldo de 20 mil pesos por partido sin multa (las
cuales varían de acuerdo al error cometido), para un abanderado el sueldo es de
10 mil pesos sin multa (en este punto quiero hacer notar algo, ¿cómo es posible
que el abanderado, que juzga las acciones de un juego en el que no participa,
siempre está afuera del campo?), nada comparable con el sueldo promedio del
futbolista mexicano que es de 17, 500 dls al mes y mucho menos comparable con
los sueldos de los mejores pagados.
Ahora bien, todas esas cifras tienen poca importancia, pero me llevan a diversas
reflexiones como: ¿Qué pasó por la cabeza de esas 85,579 personas, para ser
distintas a los 8’479,595?, ¿Por qué los árbitros cobran mucho menos que un
jugador, cuando a mí parecer son más importantes que los jugadores mismos?, ¿Quién
es más aficionado, un jugador que cambia de playera dependiendo de los ceros en
la cuenta, o un árbitro que cada fin de semana está dispuesto a recibir
insultos y hasta sanciones económicas?
Creo que todas esas preguntas se pueden contestar de forma sencilla o
compleja, según se vea y se entienda el fútbol, para mí y mi incomprendida
visión del fútbol (en mis siguientes entradas abordaré ese tema) nunca tendrán
respuesta, dado que los árbitros vivirán y morirán como los seres más obscuros
y enigmáticos de este hermoso deporte, aquellos seres que serán más recordados
por sus errores y cuestiones extra-cancha que por sus aciertos[1], pero
con todo lo odiados que pueden llegar a ser estos seres, son de vital
importancia para el desarrollo de un partido. En fin los árbitros son aquellos atrevidos
que pretenden ser hombres en un juego de dioses:
“El fútbol se inventó para que Aquiles anotara
los goles y Héctor decidiera si son válidos. […] Veintidós futbolistas juegan a
ser dioses y tres jueces juegan a ser hombres”.
Villoro, Juan. Balón
Dividido. 2014.
Deivid Montiel
[1]
Para ejemplo, recordemos el caso “Chiquimarco”. Todos lo recordaremos más por
su acción de sacar dos tarjetas amarillas a la vez y su línea de gel, que por
sus 3 copas mundiales en las que pitó 6 juegos en total.
No hay comentarios:
Publicar un comentario