miércoles, 30 de julio de 2014

Los Bandidos del Campo Verde

Dentro de mis múltiples lecturas Godínez (Proceso, La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, El Deforma, Tv Notas, entre otros) hace un par de meses aproximadamente checaba en la Revista Nexos (de corte izquierdoso para algunos, pero entretenida para muchos otros) un artículo que titulaban “Numeralia  del fútbol mexicano”, en el cual daban datos interesantes como que de acuerdo a la FIFA, en México existen 8’479,595 personas que practican futbol, el jugador extranjero mejor pagado en el país es el Chupete Suazo (3mdd al año, según Forbes) y el mexicano mejor pagado es El “Hermoso” Peralta (2.5 mdd al año). Cabe aclarar que el que sean los mejor pagados no quiere decir que sean los mejores del fútbol mexicano, pero ese es otro tema.

Otras cifras que llamaron aún más mi atención, fueron las de una parte fundamental en cualquier partido de fútbol (amateur o de alguna liga reconocida por la FIFA): LOS ARBITROS, esos seres siniestros que para hacer gala de su maldad, normalmente visten de negro. Han querido atenuar su imagen vistiendo de otros colores, pero sólo ayudan al aficionado para su pronta identificación y así se le pueda mentar la madre a todo pulmón a un mismo punto a la vez. Volvamos a las cifras, según la FIFA existen 85,579 árbitros en el país, los árbitros centrales obtienen un sueldo de 20 mil pesos por partido sin multa (las cuales varían de acuerdo al error cometido), para un abanderado el sueldo es de 10 mil pesos sin multa (en este punto quiero hacer notar algo, ¿cómo es posible que el abanderado, que juzga las acciones de un juego en el que no participa, siempre está afuera del campo?), nada comparable con el sueldo promedio del futbolista mexicano que es de 17, 500 dls al mes y mucho menos comparable con los sueldos de los mejores pagados.

Ahora bien, todas esas cifras tienen poca importancia, pero me llevan a diversas reflexiones como: ¿Qué pasó por la cabeza de esas 85,579 personas, para ser distintas a los 8’479,595?, ¿Por qué los árbitros cobran mucho menos que un jugador, cuando a mí parecer son más importantes que los jugadores mismos?, ¿Quién es más aficionado, un jugador que cambia de playera dependiendo de los ceros en la cuenta, o un árbitro que cada fin de semana está dispuesto a recibir insultos y hasta sanciones económicas?

Creo que todas esas preguntas se pueden contestar de forma sencilla o compleja, según se vea y se entienda el fútbol, para mí y mi incomprendida visión del fútbol (en mis siguientes entradas abordaré ese tema) nunca tendrán respuesta, dado que los árbitros vivirán y morirán como los seres más obscuros y enigmáticos de este hermoso deporte, aquellos seres que serán más recordados por sus errores y cuestiones extra-cancha que por sus aciertos[1], pero con todo lo odiados que pueden llegar a ser estos seres, son de vital importancia para el desarrollo de un partido. En fin los árbitros son aquellos atrevidos que pretenden ser hombres en un juego de dioses:

“El fútbol se inventó para que Aquiles anotara los goles y Héctor decidiera si son válidos. […] Veintidós futbolistas juegan a ser dioses y tres jueces juegan a ser hombres”.
Villoro, Juan. Balón Dividido. 2014.

Deivid Montiel


[1] Para ejemplo, recordemos el caso “Chiquimarco”. Todos lo recordaremos más por su acción de sacar dos tarjetas amarillas a la vez y su línea de gel, que por sus 3 copas mundiales en las que pitó 6 juegos en total.

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